Ayer entraba yo en Unnim a cobrar un cheque. Era una tarea sencilla y aburrida en un día ardiente e insoportable. Cuando entré en la caja me encontré con unas veinticinco personas formando una cola informe. Entre todas ellas bien podrían sumar tres milenios de ancianidad. Pregunté quién era el último y resultó que nadie estaba muy seguro de saber detrás de quien iba. La gente se iba y volvía constantemente entre carraspeos y resoplidos cansinos y rabiosos.
Alguien preguntó: ¿Qué hace tanta gente aquí? ¿Nos regalan algo?
- Sí...- respondió su amiga con ironía.
- Más bien nos están robando.
Otro hombre me preguntó lo mismo a mi:
- Es fin de mes.- le contesté con humor porque a todo esto yo no podía parar de reírme ante los personajes y comentarios que no dejaban de aparecer. Era como una obra de teatro absurdo-. Será por eso digo yo.
A este hombre le debí caer simpático porque al poco me contestó que se iba y me dio unas amables palmaditas en el hombro.
Cada cinco minutos exactos una octogenaria furibunda chillaba lo siguiente: ¡Niña! ¡Venga ya! ¿Qué pasa?
Y luego a su lado había un hombre con la nariz rota que tenía aspecto de viejo pirata luchador de mil batallas: ¡Me voy que podemos estar aquí hasta las 6 de la tarde!- tras pasarse más de una hora refunfuñando con toda la cola.
La cajera, la única que había, hacía caso omiso de toda esta masa de refunfuños decimonónicos con la única excusa, paciente, muy paciente, de que la impresora se le había estropeado.
En fin, al cabo de medio hora yo también me fui bastante animado ante estas experiencias de lo más cómicas en un lugar cualquiera. No he visto ancianos más belicoseros y simpaticones en mucho tiempo y cada día tengo más claro que como educador social me quiero dedicar a trabajar con ellos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario