La revisión de este
cuento tradicional para un público juvenil responde a la exitosa tendencia
comercial en los últimos años por el cine y las producciones audiovisuales de
ambientación medieval y género fantástico-épico. Como buen cuento, pues,
comienza con un “érase una vez”.
En
este caso tenemos una adaptación de más de dos horas de este cuento que por
momentos se hace tediosa. Como ocurrió en su día con la adaptación de Disney aquí
también se transforma el folklore de acuerdo a los valores y estilo de nuestros
días. Para empezar tenemos a la dulce actriz que se hizo famosa con Crepúsculo, tras pasar inadvertida con
una gran película como Hacia rutas
salvajes, que responde al estereotipo de inocente y de corazón. Ahora bien,
como protagonista estos dos valores resultan impropios de una heroína feminista
moderna y cómo intentó, también fracasadamente, en su día Tim Burton con Alicia en el País de las Maravillas
viste a su bella y delicada dama de hierro y la pone a liderar un ejército y a
dar discursos políticos. Y Blancanieves lo hace magníficamente a pesar de que
ha pasado la mayor parte de su vida encerrada en una torre y no tiene esa formación
guerrera ni retórica. Como suele ocurrir en el género del cine fantástico de
baja calidad se justifica cualquier inverosimilitud como magia, cuando en
realidad responde a la incompetencia de sus realizadores. Por otro lado, es una
chica de piel pálida y cabellos negros con sensuales labios rojos que se
contrapone a la despampanante rubia, de piel morena y madura Charlize Theron (reina
Ravenna). Esta diferenciación clásica entre la femme fatale y la delicada y frágil rosa pero confiable podemos observarla
en otras películas como Match Point. Y
aunque el espejito mágico diga que la más hermosa es Blancanieves estoy seguro
de que muchos espectadores masculinos tendrán sus serias dudas.
Esta
madrastra está amargada por el desamor y la crueldad de los hombres malos que
abandonan a sus mujeres. Su misandria es solo comprable a su neurotismo y
megalomanía, pero se nos muestra algo de su traumático pasado para hacer este
personaje algo menos plano. En cuanto a Blancanieves responde a la estructura
clásica del viaje del héroe de Joseph Campbell: parte de casa, se fortalece en
mil batallas, destruye al monstruo en la prueba final y adquiere el
reconocimiento y el éxito para comenzar una nueva era de esplendor. Ahora bien,
es un personaje con unas contradicciones y anacronismos enormes fruto de la
adaptación de un personaje perteneciente a una sociedad tradicional que pretende
ser un personaje heroico moderno. Por un lado, es suficientemente autónoma para
escapar de la torre por sí misma sin ningún caballero, tan solo mediante el
favoritismo que le brinda la naturaleza por ser la elegida (un clavo dispuesto
por las hadas y un caballo blanco de carreras esperándola en la playa).
Como
suele ocurrir, en los enanos de inspiración tolkieniana se concentra casi toda
la vis comica (a execepción de algún
momento del cazador) y papeles tradicionales, como el del anciano profeta ciego.
El resto de personajes son serios y carentes de expresar algún tipo de humor. Otros
elementos propios de la cultura popular que refuerzan el carácter folklórico de
esta película es el venado blanco, originario de la corona británica, el gran
castillo sobre el mar, los soldados del mal sin rostro o las maniqueístas contraposiciones
paisajísticas entre un tétrico bosque oscuro que ensalza los miedos de los que
se adentran (árboles desnudos cuyas ramas se retuercen, flores que sangran,
gases venenosos, etc.) y un exuberante, edénico y armónico bosque de hadas
lleno de luz y musgo. En este sentido, huelga decir que tanto uno como el otro
son descritos con un preciosismo y riqueza de detalles admirable. Los poderes
mágicos de la reina bruja también son recogidos y expuestos con una gran
calidad tanto por sus vampirescas habilidades para absorber la juventud de
doncellas y volatilizarse en cuervos en lugar de murciélagos, como su capacidad
para metamorfosearse en terceros, curar heridas o marchitar la vida. Además, a
diferencia de su antagonista, es astuta y para colarse en el castillo no lo
aborda a capa y espada, sino que utiliza la vieja estrategia del caballo de
Troya: se hace pasar por prisionera del ejército enemigo y se gana el favor del
rey Magnus con su belleza.
Pero
la gran y ambivalente aportación de esta adaptación es el cazador, que le quita
el puesto de caballero salvador al príncipe azul, William, hijo del duque. El
cazador, reconocido por todos por su papel en Thor, ídolo de masas entre mujeres, cambia su martillo por el hacha
y se adentra en el bosque oscuro, allí donde nadie más es capaz. Como indica el
título este es el segundo protagonista y frente al príncipe azul, el serio
caballero clásico que lo haría todo por su amada, este es un borracho, ladrón y
mentiroso que solo vive para sí mismo. El príncipe azul es también atractivo
pero no tiene el encanto de los tipos duros y maduros que ya han padecido el
desamor y las desigualdades sociales. Puesto que es un personaje mucho más
elaborado será su beso, y no el de William, el que la despierte. El amor, en el
sentido de amor cortés, transgrede las clases sociales y no se queda en la
Corte. Blancanieves también llegará a besar a su amigo de la infancia,
demostrando una iniciativa propia de una verdadera feminista, pero tras la
coronación de Blancanieves la película no se compromete a decirnos quién será
el nuevo rey. Todo parece indicar, pues, que tanto el beso del cazador como sus
miradas y flirteos constantes eligen al plebeyo. Un final apropiado para las
parejas atendiendo a estos estereotipos serían los siguientes: por un lado los
principitos y por el otro la reina y el cazador. Pero respetando la estructura
del cuento la bruja ha de morir, y como suele decirse vulgarmente “muerto el
perro se acabó la rabia”. Ya que querían modernizar el cuento, habría
encontrado más interesante y menos populista y comercial un final alternativo a
lo que todo el mundo esperaba. Pero lo que nos queda claro, como ya demostró en
su día Helena de Troya, es que la belleza gobierna.
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