Este proverbio latino que algunos dicen que se remonta a Homero es una de mis frases o máximas favoritas y podría ser otro buen emblema para este blog.
Ayer fui a cenar con unos compañeros de clase y tras una velada sosa, corta y decepcionante me senté a esperar mi autobús en la parada durante una hora. De entrada creía que sería la mitad, pero no hubo suerte. O eso pensé al principio. Las circunstancias pueden cambiar en cualquier momento, a veces solo hay que saber darles un empujoncito. Yo estaba ahí sentado escuchando un repertorio de música bastante escuchada en un entorno en el que la gente iba y venía de fiesta con sus modelitos. Ni que decir tiene que fue una buena ocasión para practicar el paisajismo femenino. Y por si alguien no se fijó ayer había luna llena, que siempre tiene su especial encanto. Tal fue así, que de entre la feminidad en manifestación una joven de unos veinte años se sentó a mi lado en la parada del bus, como tantas otras veces en mi vida de pasajero de autobús.
Los minutos fueron pasando eternos y me preguntaba cuando iba a llegar mi autobús aunque yo ya sabía que aun tardaría un rato. Así que me dio por preguntárselo, fuera a ser que también viviese en Sabadell y supiera cuanto iba a tardar y si iría en el mismo bus que yo. No fue el caso, pero aunque lo fuera tan solo esperaba una lacónica y seca respuesta. Tampoco fue el caso, sino que se levantó y lo fue a mirar por mi. Este tipo de buenos actos suelen realizarse por gente mayor pero no por jóvenes machos en celo como yo. Además de guapa, amable. Solo faltaba saber si era inteligente y tendríamos un pleno al quince. No lo comprobé enseguida, sino que tan solo me aclaró mis dudas y nos volvimos a sentar en silencio. Pero obtuve ayuda del Estado. Pasó una de esas máquinas que lavan calles con una mujer con muy mala sombra que se disponía a regarnos con una manguera a presión sí o sí. Ante el enemigo, unión, claro está. Y tras levantarnos para evitar ser duchados y quejarnos sobre su falta de aviso y que nos dejara los bancos mojados, la conversación fue rodada. Conecté mejor con una desconocida que con cualquiera de los dieciséis compañeros que habían cenado y bebido conmigo.
Llegados a este punto ya solo me quedaban quince minutos antes de que llegara el autobús, sin ser nada consciente de ello, y aprovechamos para conocernos un poco mejor. Yo no le puse al principio especial entusiasmo porque sabía que lo más probable es que no la volviese a ver, pero su interés en mi fue creciendo y comenzó a hacerme preguntas de forma que yo no esperaba. Antes de que me diera cuenta ya tenía ahí el autobús, me despedí, la agradecí la buena conversación y me fui. Pero mientras estaba en la cola del autobús me dije: "¡Qué demonios! ¿Qué pierdo por pedirle el teléfono?" Y me acerqué y lo hice con el objetivo de volverla a ver. Ella se mostró reacia y temerosa al principio, y aunque no me lo dio tampoco quería no volver a saber de mi y al final le dejé mi correo tras confirmar que no tenía facebook (horror de los horrores). Cuando estaba de vuelta en el autobús tuve la certeza de que no me diría nada y que debería haberle pedido yo su correo, pero esta mañana me he llevado una grata sorpresa.
Probablemente, a muchos les parezca que esta experiencia es banal e intrascendente, casi triste por intentar darle importancia y fácilmente no llegue a ningún lado. Y puede que tengan razón. Yo siempre creo que una oportunidad, por pequeña que sea, es mejor que nada. Las oportunidades aparecen o se crean si se es valiente. Y solo si se es valiente se puede tener verdadera buena o mala suerte. Pero en mi blog las conquistas son minimalistas y con muchas se construye algo verdaderamente grande. Esa es mi verdad. Y, una vez más, no siempre conseguimos lo que queremos, pero si lo intentamos, conseguimos lo que necesitamos.
En cualquier caso, lo que he aprendido hoy es que si no estás dispuesto a hacer el ridículo, nunca te pasará nada maravilloso.
No hay comentarios:
Publicar un comentario