Hacia una épica minimalista. Las pequeñas conquistas construyen un gran reino.

lunes, 15 de octubre de 2012

Reseña sobre “Burgueses y proletarios”, de Karl Marx

Prefigurando la posmodernidad y la globalización desde el siglo XIX

Aun cuando Marx no fuera consciente de que a algunas de sus afirmaciones las clasificaríamos como propias de la era posmoderna, él ya las vaticinó casi dos siglos antes. La posmodernidad es consecuencia del auge de la burguesía, cuya existencia, nos dice, está determinada por la incesante revolución de los instrumentos y relaciones de producción y con ellas las relaciones sociales.
La primera de sus afirmaciones que vaticinan esta posmodernidad es el despojo de la “aureola” (de la trascendencia) que hay detrás de todas las profesiones que hasta ese momento se consideraban venerables, cuyos trabajadores pasaron a ser considerados meros “servidores asalariados”. Un ejemplo clarísimo podríamos observarlo en la industria editorial, donde se ha venido manifestando, sobre todo desde los últimos cuarenta años, como el libro, fetiche cultural por antonomasia, ha degenerado de obra a producto en manos de las leyes de la oferta y la demanda. En este sentido, ha pasado de manos de la aristocracia, la minoría que lo monopolizaba, a manos de la burguesía, que lo ha devaluado para explotar su mayor rentabilidad mediante la tapadera de la democratización de la cultura.
 La comercialización en el sistema capitalista implica un embrutecimiento, porque al ser la rentabilidad económica el principal objetivo resulta indiferente la calidad de la obra (poder subversivo, originalidad, calidad técnica y formal, etc.). De tal forma que ningún discurso puede ser verdaderamente trasgresor una vez se integra en la cadena de mercado y se comercializa. El libro, como la pintura, la película, la obra de teatro, etc. es bueno/a si vende. Es decir, se mide la calidad en función de su éxito comercial. Esta es la línea política que siguen todos los grandes grupos editoriales, ya asociados con grandes empresas del entretenimiento y las telecomunicaciones. El afán de lucro desencanta (“desapasionado”, “profanado” dice Marx) todo simbolismo o trascendencia, toda ideología o creencia, al convertirla en un mero negocio.  
Puesto que la sociedad burguesa se fundamenta en una constante revolución, ello obliga a modernizarse, es decir, a adaptarse a un sistema volátil e inestable en constante destrucción y reconstrucción. El individuo moderno no puede por más que perseguir estresado esa vorágine en un intento vano de estabilizarse. Tras muchos intentos se siente perdido en el tránsito, en el laberinto (“una conmoción ininterrumpida de todas las condiciones sociales, una inquietud y un movimiento constante…”) sin poder estar seguro nunca qué debe hacer o hacia dónde dirigirse. Además no se puede huir de la sociedad burguesa porque, como dice Marx prefigurando la globalización capitalista, “la burguesía recorre el mundo entero”. Y esto a pesar de que Marx no sabía todavía de la era de la información, la imagen y las telecomunicaciones. Además es consciente de que la burguesía no solo recorre el mundo, sino que lo convierte a su credo, bajo la bandera de la civilización, so pena de rezagarse y perecer en la carrera por el éxito. Sin duda, una intuición muy afilada sobre las grandes desigualdades de orden mundial que hoy se manifiestan entre el hemisferio norte y el sur y una de nuestras peores lacras sociales.
Este éxito, sin embargo, se ve castigado cíclicamente por lo que él llama la “epidemia de la superproducción” que “amenaza la existencia misma de la sociedad burguesa”, como hoy día pudiéramos estar viendo. Sin embargo, he aquí una de las cuestiones más interesantes que el texto plantea: “la burguesía vive en lucha permanente”. Como ha de integrar al proletario en su lucha, sea contra sí misma, la aristocracia o la burguesía de otros países, se le educa con armas, pues, contra la propia burguesía. El conflicto que aquí Marx plantea como una especie de paradoja evidente es, sin embargo, la razón de la creatividad y el progreso social. No es que la burguesía viva en una lucha permanente, es que las sociedades se fundan en uno o muchos conflictos permanentemente, bélicos o no. Además de este exceso, entre otros, en su discurso crítico revolucionario, que va más allá de un análisis sociológico, achaca exclusivamente a la burguesía lo que es propio de toda clase dominante. Y es dominante porque posee la riqueza que le permite gestionar el monopolio de la violencia.
Lo que identifica pues a la burguesía peligrosamente es su voraz deseo de comercializarlo todo, manchar todas las relaciones sociales como relaciones comerciales deshumanizadas y privar a las profesiones de su carácter vocacional para reducirlas a simples tareas llevadas a cabo por eficientes autómatas. Las universidades actuales parecen avanzar, sin ir más lejos, hacia la formación de obedientes y prácticos trabajadores acríticos. Y con todo ello sacar la máxima rentabilidad económica sin tener en cuenta tampoco la justicia social, el medio ambiente o la cultura. Sin embargo, hablar de “la burguesía” como una plutarquía anónima, un vil colectivo minoritario y localizado, parece simplista. Es simplista porque si bien es cierto que el señor Bill Gates podría ser considerado sin lugar a dudas un burgués a nuestros ojos, nosotros podríamos ser igualmente considerados burgueses a ojos de aquellos que no tienen ni un dólar para pasar el día. Nuestro proletariado podría considerarse muy rico. Y por otra parte, ¿“el hundimiento y la victoria del proletariado”, como dice Marx, garantizan que estas capas sociales más desfavorecidas[1] no sustituyan a las anteriores bajo otras formas, otras máscaras?



[1] Hoy día el “proletariado” parece un concepto obsoleto y desfasado y creo que es más adecuada la expresión que he utilizado.

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