Gaston Bachelard y Gilbert Durand
Tradicionalmente, ya desde Platón, desde que el logos sustituyese al mythos como forma de aproximación y comprensión del mundo (o como dice Durand “nunca tiene acceso a la dignidad de un arte de demostrar”[1]), se menospreciaba la imaginación. Las imágenes o eidolon distorsionaban la realidad y, en definitiva, la imaginación no servía como camino hacia la verdad. Lo imaginario, es decir, el conjunto de todas las imágenes mentales y visuales posibles y su procesamiento, ha sido relegado en Occidente durante la mayor parte de su historia por los valores cognoscitivos y la racionalidad reinantes. Habría que esperar hasta el filósofo Henry Bergson, finales del s. XIX, y el influjo que en este tendría el Romanticismo para que la imaginación se reivindicara como una herramienta antropológica indispensable. Según él, la imaginación es un catalizador que impulsa lo que llama la “función fabuladora”, sin la cual el filósofo piensa que no habría vida, o quizás tan solo fuésemos máquinas, autómatas. En este sentido, parece evidente que a todos nos sirve como una especie de refugio o modo de evasión ante la inseguridad, la impredicibilidad y la incertidumbre que acompañan al individuo moderno. Sin embargo, en Occidente, el reconocimiento explícito de la importancia de la imaginación como fuente de conocimiento y como elemento antropológico esencial se debe a otro filósofo francés ya mencionado: Gaston Bachelard.
En la obra de Bachelard hay dos vertientes estrictamente separadas. No obstante, tienen una íntima relación de inspiración: la científica (la filosofía de la razón y los conceptos) y la poética (la filosofía de la imaginación y las imágenes). Pero una no debe excluir a la otra. La poesía, que es la que más nos interesa, busca, como la primera, vencer el instante, el tiempo como conciencia de una soledad, a través de la imagen que es creadora de pensamiento y que se manifiesta a través del lenguaje, lo simbólico. Es decir, la imaginación tiene el poder de hacernos sentir que estamos fuera del tiempo, de superar la sensación de soledad que es inherente a cada ser humano, condensado en cada instante por su historia. La idea principal de la filosofía de Bachelard que más nos interesa aquí es su voluntad de “despertar el mundo” y de la necesidad de tener, en este sentido, “apetito”, como la verdadera valentía de existir. Porque para tener sensación de existencia uno tiene que confirmar en cada instante la propia existencia a través de la fuerza procreadora humana, imponiéndose uno mismo en el mundo mediante sus actos y obras. Platón decía en su Banquete que la inmortalidad se consigue a través del arte porque la vocación de la existencia es perturbar, dejar huella, “despertar el mundo” sacudiéndolo, pero también y paradójicamente, soñándolo:
Sólo mi ser, mi ser que busca el ser está tendido en la inverosimilitud necesidad de ser otro ser, un más-que-ser. Y así es como con Nada, con Ensoñaciones, creemos que se pueden hacer libros […] Todo devenir de pensamiento, todo futuro de pensamiento está en una reconstrucción del espíritu.[2]
Estas palabras tan metafóricas de Bachelard esconden la gran potencia del ser humano. Precisamente porque en Bachelard la imaginación creadora es propiamente “la función absoluta del futuro”, el “a priori de la creación” o “el proyecto del Ser”[3]. Estas expresiones son especialmente sugerentes, pues, si la imaginación es el proyecto del ser significa que es mediante ella que nos construimos nuestro futuro creando una fantasía, una ilusión y unas expectativas que nos esforzamos por cumplir, por hacer realidad. Es decir, en este sentido, la realidad es un proyecto de la irrealidad, la obra creadora del ser humano que nace de la imaginación de cada uno para edificar una vida que tan solo existe, en un principio, en planes mentales e ideales. La sociedad se desarrolla en el conflicto constante entre proyectos del ser, pues el mejor estímulo para la imaginación y para el pensamiento mismo es, contra lo que se suele pensar, la conflictividad dialéctica que provoca las siempre temidas crisis de conciencia. Las crisis son en el fondo un mecanismo fundamental de nuestra mente para reiniciarnos, para vivir una experiencia trans que nos lleva a tomar distancia e iniciar un proceso de redefinición, de resemantización. De esta forma, uno se rehace, se recompone, para tener ventaja y poder más. Por tanto, la crisis es una herramienta para crear sentido nuevo que aumente nuestro horizonte. La creación de sentido es primordial para el desarrollo cultural, en el que la imaginación y lo imaginario funcionan como medio o herramienta básica para hacer brotar y crecer la creatividad, el sentido nuevo.
Sin embargo, cuando decimos que no somos realistas queremos decir que esa vida imaginada, ese proyecto del ser es irrealizable porque choca con unas limitaciones colectivas también imaginadas y creemos que confirmadas por un pasado, por una experiencia legitimadora, por unas tradiciones y un predecible futuro coaccionador. Ahora bien, si esto fuese cierto no habría historia ni pasado que transmitir porque nuestra historia no habría cambiado nunca con los siglos. Si el mundo ha ido transformándose, para bien o para mal, ha sido porque las personas hemos soñado e imaginado otros mundos posibles y hemos luchado, literal y metafóricamente, por hacerlos realidad. Hemos luchado por materializarlos verbalizándolos mediante símbolos, actuando política y socialmente y, sobre todo, derramando mucha sangre.
Bachelard también ve muy clara aquí la relación entre onirismo y voluntad humana. Curiosamente, ya en el s. XVIII el jurista y político francés Chrétien Malesherbes afirmaba que “haríamos muchas más cosas si creyésemos que son muchas menos las imposibles”. Por ello, tenemos que cuidar lo que brota de nuestra mente porque ese es el principio de toda creación y no podemos llegar a ser conscientes nunca del todo de las implicaciones nuestros actos en el mundo no ya por implantar una ley contra el aborto o escribir un libro revelador (“la literatura representa una emergencia de la Imaginación”[4]), sino por una palabra mal dicha o un abrazo a tiempo. Si consideramos que la imaginación es “la función absoluta del futuro” entonces nadie debería caer en la desesperación, porque nadie conoce el futuro, porque el futuro no es ni será, sino que se construirá en el impredecible choque de los miles de millones de sueños colectivos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario