No sin esfuerzo hemos conseguido
volvernos tan desgraciados. Cuando por un lado se consideran los inmensos trabajos de los hombres,
tantas ciencias profundizadas, tantas artes inventadas, tantas fuerzas empleadas, abismos colmados, montañas allanadas,
tierras roturadas, lagos excavados, marismas desecadas, edificios enormes levantados sobre la
tierra, y por otro lado se investigan con cierta reflexión las verdaderas
ventajas que han resultado de todo esto para la felicidad de la especie humana,
no puede uno sino quedar afectado por la sorprendente desproporción que reina entre estas cosas, y deplorar la ceguera del hombre que, para alimentar su loco
orgullo y no sé que vana admiración por sí mismo, le hace correr ardorosamente
tras todas las miserias de que es susceptible, y que la bienhechora naturaleza
había tomado la precaución de apartar de él.
Los hombres son malvados; una triste y continua
experiencia nos dispensa de probarlo; sin embargo, el hombre es naturalmente
bueno.[1]
[1] Rousseau,
Jean-Jacques. Del contrato social. Sobre
el origen y los fundamentos de la desigualdad entre los hombres. Madrid:
Alianza Editorial, 2002. P. 338-339.
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