Hacia una épica minimalista. Las pequeñas conquistas construyen un gran reino.

miércoles, 25 de julio de 2012

Reseña de Apocalípticos e integrados 3


En las últimas décadas parece haber crecido mucho la adoración por lo sobrenatural, los misterios del pasado, las rarezas o lo extraordinario fuera y dentro de lo religioso, visible en el auge de la novela fantástica más divulgativa o incluso de esas novelas ambientadas en la época medieval sobre templarios, misterios y tesoros ocultos del pasado. Se trata de una especie de resurgir de lo mítico, que seguramente nunca se fue del todo, aunque éste ya es un fenómeno no exclusivo de la cultura de masas. No obstante, es evidente que todo este interés por lo esotérico y los superpoderes ha creado todo un mercado de gran éxito, donde Superman es solo la punta del iceberg. Curiosamente, tanto en su caso como en los superhéroes modernos, como comenta el autor, estos superhombres, con a menudo dimensiones mesiánicas y cultos locales (Spiderman es el superhéroe indiscutible de Nueva York), no intentan solucionar los grandes problemas del mundo como el hambre o la pobreza, sino perseguir a delincuentes que transgreden la ley, buscan más y más poder y/o atentan contra el orden público. Como contramodelo, los superhéroes japoneses, muy distintos a los americanos (no tanto en sus superhabilidades sino en su carácter) suelen ser personajes redondos con un sueño (muchos son estudiantes de instituto con problemas de integración al principio que conectan muy bien con el lector) y para cumplirlo han de cambiar el mundo fantástico en el que viven acabando con mafias o estructuras de poder muy ambiciosas, como enormes imperios, que abusan de una comunidad pacífica y casi idílica. Mientras que los primeros velan por un orden muy local (EE.UU. como mucho), los segundos se rebelan y lo reordenan para asegurar uno más global y hasta crearlo ellos mismos una vez han acabado con los malos tiránicos. Estos malos suelen ser personajes fundamentalistas, a menudo con un pasado tormentoso, que a diferencia de los americanos suelen tener posibilidades de redención porque el superhéroe los salva y se convierten en poderosos aliados. Estos cómics son indiscutiblemente cultura de masas, pero raramente kistch en el sentido que dice Eco, pues se presentan como puro entretenimiento, sin pretensión de grandes reflexiones o sustitutivos del arte.
            Precisamente, el verdadero problema del kitsch, como apunta con gran acierto Umberto Eco, no está en si es bueno o malo, necesario o innecesario, sino cuando intenta considerarse arte o sustituir al arte, de tal forma que muchos consideren estar consumiendo algo que no es lo que dice ser. El problema es que desde el pop art tampoco estamos seguros de lo que es. Parece que con todos los signos de identificación dados es imposible la confusión, y el mal gusto se ve a distancia por intentar encajar descubrimientos y formas vanguardistas en contextos que no le corresponden, pero de hecho el autor se da perfectamente cuenta de la fragilidad de las categorías que intentan ordenar algo muy complejo precisamente por su gran diversidad y en ocasiones ya no se sabe donde comienza una cosa y donde acaba la otra:

La sociedad de masas es tan rica en determinaciones y posibilidades, que se establece en ella un juego de mediaciones y rebotes, entre cultura de descubrimientos, cultura de estricto consumo y cultura de divulgación y mediación, difícilmente reducible a las definiciones de lo bello y lo Kitsch.[1]

            Lo que resulta realmente fatigoso de leer de este capítulo sobre el kistch es la minuciosa descripción lingüística del mensaje poético. El autor entra a menudo en una discusión sobre lo que es el arte con análisis lingüístico-poéticos excesivamente largos e innecesarios que ralentizan y emploman la lectura, en sí ya demasiado plagada de estructuras sintácticas interminables. En cierto sentido, el autor parece oscilar durante todo el texto entre una postura de acercar los extremos y romper viejas ideas para luego volver a separarlas claramente describiendo con detalle lo bello: un sistema críptico y ambiguo de significantes que acumulan gran cantidad de significados y así estimulan la reflexión sugiriendo, no provocando efectos predeterminados, hasta que son consumidos, descifrados y desgastados en grado sumo como kitsch. Las mejores obras, los clásicos, pues, son los que mejor sobreviven al paso del tiempo y van siendo recuperados por su capacidad para la reinterpretación (como los mitos griegos). En este sentido, parece que le cuesta decidirse entre la dificultad para decir qué es bello y qué no o marcar claramente una frontera. En todo caso, deja clara la complejidad de la cuestión, aunque esto no aporta nada nuevo. Lo más fiable parece ser observar y analizar cada caso concretamente, aunque él no lo afirme conclusivamente.
            Tampoco hemos de perder de vista que aunque el autor no lo deje muy claro todos somos consumidores masivos y la cultura no solo es arte y letras, también afecta a muchos otros ámbitos de la vida social, como por ejemplo la ropa o la comida, y evidentemente aquí también se producen efectos masivos. Es decir, habla de cultura desde la posición más elitista y menos antropológica. De igual forma que puede ser compatible, y el autor así lo cree también, estar leyendo un cómic de Superman y media hora después El proceso de Kafka, puedes también ver dibujos animados por la mañana y un programa de debate sobre las políticas de fecundidad de China por la tarde sin ser un hipócrita. Ciertamente, no es lo mismo leer que ver la televisión, pero adónde en definitiva quiero llegar es que no es ninguna contradicción, y puedes ser “hombre-masa” a las doce del mediodía y “hombre culto” a la una de la tarde si acertamos en hablar en estos términos. Esta tolerancia también parece tenerla Eco:

Entre el consumidor de poesía de Pound y el consumidor de novela policíaca, no existe, por derecho, diferencia alguna de clase social o nivel intelectual. […] Sólo aceptando la visión de los distintos niveles como complementarios y disfrutables todos por la misma comunidad de fruidores se puede abrir un camino hacia un saneamiento de los mass media.[2]                  

            El autor defiende la televisión como servicio, no como género, otra cosa es que en determinados canales la variedad de géneros esté desapareciendo o incluso que haya canales únicamente dedicados, por ejemplo, a documentales de historia o la naturaleza. En el caso español las tragicomedias de enredo junto con los programas del corazón y los reality shows monopolizan este servicio (sobre todo en Antena 3 y Telecinco), pero sabemos que la televisión no es solo eso. Estas cadenas se justifican diciendo que esto es lo que demanda el público cuando en realidad ellos provocan esos gustos y saben que lo que mejor éxito suele tener son aquellos programas con constantes efectos escénicos y fuerte sensacionalismo, con abundantes chistes fáciles sobre sexo, lenguaje muy vulgar o situaciones en las que falsamente la vida de los protagonistas da un vuelco repentino (creo que son ejemplos claros de kistch series como Los hombres de Paco, Física o Química o Los Serrano). A diferencia de los medios escritos de cultura de masas aquí difícilmente se suele detener la imagen para ponerse a reflexionar sobre cada acontecimiento sino que el espectador entra en un embobamiento acrítico continuo en el que es vulnerable para ser dirigido en cuanto a gustos, opiniones y modos de pensar, transformándonos en seres cada vez más contemplativos. Sería lo que Jean Braudillard llama en su Cultura y simulacro la hiperrealidad en la que vivimos, la cultura como simulacro, o lo que es lo mismo para mí, La vida es sueño, de Calderón.. El autor, sin embargo, adopta una postura demasiado apocalíptica en este sentido, pues en definitiva el hombre contemplativo es un hombre masa y tomar esta actitud también demuestra tener muy poca confianza en la humanidad. Su mismo vocabulario lo delata:
           
La civilización democrática se salvará únicamente si se hace del lenguaje de la imagen una provocación a la reflexión crítica, no una invitación a la hipnosis.[3]

            Todos podemos reflexionar sobre lo que hemos visto una vez apagado el televisor, a pesar de que el programa no invitase en absoluto a la crítica, pero que nos encontremos en una civilización de las imágenes no anula o configura nunca del todo nuestra individualidad porque tenemos mejores o peores filtros. Lamentablemente, no es una mayoría la que intenta coger una verdadera distancia con respecto a sus prácticas habituales (culturales o no) porque ello le produce la temida crisis que provoca angustia, cuando es precisamente ella la que estimula el pensamiento. Una sociedad encaminada a esa nueva utopía llamada evasión en la que el relativismo simple y no el perspectivismo se convierte en un dogma no hace más que dificultar el compromiso que todos deberíamos tener por intentar comprender y mejorar el mundo en el que vivimos. Así pues, el verdadero problema viene cuando la televisión, o cualquier otra cosa, se convierte en un objeto de culto, pero a lo que en realidad más debemos evitar no es a ella, sino a los ídolos. Con respecto a los ídolos, es curioso que un adorador de un personaje de cultura de masas, como Superman, siempre será llamado friki para marginarlo, mientras que un adorador de un personaje perteneciente al canon será considerado culto, cuando en ambos casos se da un acto de veneración e idealización que dificulta el conocimiento de esa imagen.
            En vistas a que el panorama televisivo dominante no parece que vaya a cambiar (no al menos mientras solo detrás estén especuladores de dinero) también creo la lectura pausada y atenta será siempre la fuente de conocimiento más fiable y eso es lo que nunca debe perderse de vista, como dice Umberto Eco, en una cultura verdaderamente democrática, no de masas. La capacidad para adentrarse en tantos materiales y campos desde tantas posiciones con tantísimos ejemplos tan variados, a pesar de resultar tan lejanos, es sin duda la mayor riqueza del ensayo.


[1] Op. cit. p. 115
[2] Op. cit. p. 84-85.
[3] Op. cit. p. 389

No hay comentarios:

Publicar un comentario