Homo personae

El homo personae es el hombre de las máscaras, el personaje absoluto que es capaz de metamorfosearse en todos los personajes, interpretar todos los papeles, un actor completo que se puede desenvolver a la perfección en cualquier contexto, con cualquier persona. Es, claro está, un maestro del disfraz, pero no un disfraz estereotipado, sino el que él inventa y de esta forma nunca se abandona a sí mismo. El sí mismo es, pues, una mezcla de todos enriquecido por su vestuario interno más variado. Es un estudioso y ha de saber de todo y cuanto más mejor y por ello puede ser cualquiera y cualquiera es su identidad más constitutiva y poderosa. Aquí está la gran paradoja: ser cualquiera sin dejar nunca de ser uno mismo. Pero en realidad, ¿cuando deja uno de ser uno mismo? Nunca. La diferencia es que el homo personae es consciente de ello y hace del mundo un gran teatro donde participa como un jugador y se deja llevar según las circunstancias, nunca luchando contra ellas, con absoluta adaptabilidad fluyendo al ritmo de la misma realidad y sin dejar de transformarla de una forma inconsciente. Porque es un jugador, no un espectador, y su juego se fundamenta en la espontaneidad de las circunstancias, nunca en planes elaborados. La circunstancias contrarias son un reto para encontrar la máscara adecuada, las palabras o imágenes necesarias, para participar de la gran obra. Nada le hace disfrutar más que poder ser cualquiera. El ser no existe, todo es representación, existimos en tanto nos manifestamos y el ser se modela en el presente y se petrifica instantanemente en el pasado. Una categoría es una trayectoria más o menos constante y estable de sentido y significado cerrado. Por eso, el homo personae se transforma a placer, según esté más cómodo y risueño, pero nunca lo hace por nadie, no por satisfacer al contexto, sino por siempre jugar al máximo en todos los escenarios de la vida.