A veces nos quedamos en la vida esperando a que algo o alguien pase y cambie nuestra situación tediosa y estancada. Estamos bloqueados cada día con la misma gente y en el mismo sitio, como Vladimir y Estragón, y por más que creemos hacer no hay cambios sustanciales. Y ello tiene algo de entrañable y confortable, lo que llamamos hogar, y algo de odioso e insoportablemente aburrido, lo que llamamos rutina. La tragedia ya no es solo esa pasividad sino que a veces ese alguien o ese algo pasa por delante nuestro a veces más claramente y a veces mejor disfrazado y lo dejamos pasar, nos entretenemos discutiendo los pros y los contras, pensando y hablando cualquier cosa, especulando lo que podría ser y no actuamos. Y ello ocurre porque ya no podemos estar seguros de nada, no sabemos cuál es la mejor forma de proceder porque bien argumentadas todas las respuestas y opciones en la vida parecen válidas. Y si todo puede ser válido nada lo es y tanto da lo que hagamos. Y así llegamos al absurdo que constituye el género de esta obra.
Si me he reído leyendo estos disparatados diálogos es por la identificación. Tengo un amigo con el que he podido vivir situaciones igualmente contemplativas y especulativas en las que parecía que todo pudiera ser y al mismo tiempo nada podía cambiar realmente. Y necesitas estar en verdadera angustia, consciente de tu sensación de precariedad e incompletud existencial, para entender qué les pasa a esos dos. ¿Todos somos marionetas en manos de Godot? ¿Ese especie de gran líder o Dios impuntual que no nos respeta y en quién tenemos esperanza? Todos nos decimos ya, yo no me esperaría. Pero Godot puede ser cualquiera, tan solo es un ideal, una especie de mesías para nosotros, un ídolo que en el fondo desearíamos no desear porque dependemos amargamente de él. El consuelo es tener a un compañero, aunque sea malo, que sea inseparable, que necesite tanto de ti como tú de él y ser ambos, el uno del otro, una caja de resonancia para ver que en el fondo no hay Godot y todos estamos solos. Sin embargo, el genial y terrible dúo de Vladimir y Estragón, como pudieran ser Sancho Panza y El Quijote, nos enseñan que tener a alguien contigo, ser social, es lo que hace nuestra existencia soportable, menos solitaria y, en definitiva, más feliz. ¿Cuál es la compañía adecuada? La que nunca se va pase lo que pase.
Ser o no ser, el dilema shakespeariano, también es una cuestión fundamental en Esperando a Godot pero esta cuestión se ve recuperada en un mundo donde parece que nada de lo que finalmente hagas o dejes de hacer vaya a tener un significado real y trascendente. Ese caos hace también de la vida un mundo intrigante, el no poder predecir, es lo único que genera aventura y emociones. Estos dos son conscientes de que el caos, todo pudiera ser, se puede vivir como una tragedia, pero también se dan cuenta de las posibilidades que tiene ser libre y es por ello que nos hacen reír: pueden salirte por cualquier sitio. Liberarse de Godot, libertad y desamparo, dejar de esperar, aunque la opción que tomes acabe siendo errónea, hacer algo que tú y solo tú creas significativo, eso es lo único que tiene sentido. La vida en general no tiene otro sentido que el que tú te vayas inventando para ella, en una constante redefinición de acuerdo a las circunstancias que se te van presentando.
"Yo soy yo y mis circunstancias" (Ortega y Gasset)
"Yo soy yo y mis circunstancias" (Ortega y Gasset)
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