La propuesta que hace este trabajo es “rehechizar” el mundo. La sensación de decadencia que actualmente vivimos nace de un desgaste de la fuerza simbólica del lenguaje (“palabras, palabras y más palabras” decía Hamlet) para convencer (todo se puede argumentar y no hay verdades sino solo opinión, cháchara intrascendente porque en el fondo toda es igual, genérico) y debilitamiento de las potencias imaginadas que deberían dar respuesta a los problemas de la gente. Los presocráticos ya hablaban del poder de la palabra, pero ahora la palabra ha sido desempoderada y el “ser del lenguaje” del que hablaba Heidegger se ha convertido en un ser que siente que ha devorado el lenguaje, lo ha consumido totalmente y éste ha perdido su capacidad para dar significado porque todo se puede rebatir. Y sobre todo porque en nuestra sociedad de consumo y opulencia voraces nada dura demasiado y todo es volátil e inestable. Actualmente podemos ver a políticos tan carismáticos como Obama, y otros no tanto pero que también se esfuerzan en este sentido como Zapatero, que intentan realizar este papel de mago que se encarga de esperanzar a la sociedad con grandes discursos (caso Obama), que ilusionen a las masas a través de imágenes, promesas y sueños que se cumplirán en los próximos años. Estos hechiceros se intentan autoproclamar ídolos en una época de cambio profundo como la que vivimos. El lenguaje (“yes, we can”), el símbolo (un negro, o mejor dicho uno que no es blanco o uno de los otros, en la Casablanca), exacerbar y agitar también las identidades locales para reafirmar y aumentar la cohesión social y la euforia colectiva hasta el fanatismo (ganar el Triplete en el año de la crisis y crear todo un star system de figuras tocadas por la mano de Dios) y el uso de todo tipo de metáforas que proyectan ilusiones, siempre muy pasajeras, en el imaginario colectivo.
Esas son las verdaderas medidas anticrisis que evidentemente tienen como principal objetivo reactivar la economía, legitimando así el sistema establecido, haciendo que la gente vuelva a ser confiada, porque como decía el sociólogo Pierre Bordieu “sin fe el mundo se derrumba”. Pero estas ilusiones y sueños que intentan ser inculcados no llegan a calar nunca demasiado y cada vez nos rehacemos más a menudo, aumenta la inestabilidad porque vivimos en una sociedad hipercrítica en la que recibimos constantes embistes de todo tipo de fuentes que favorecen a un enturbiamiento generalizado de valores y cuando todo parece tener sentido en su propio sistema lógico nada lo tiene. Es decir, cuando el sentido último y casi absoluto radica en que vivimos en un mundo confuso, complejo y plagado de contradicciones, entonces todo es absurdo.
Así pues, y a modo de conclusión acabaremos con preguntas más complejas que las que comenzamos a plantear, y no necesariamente excluyentes entre sí aunque lo pueda parecer, con la intención de avanzar en la búsqueda de soluciones necesariamente complejas. ¿Debemos, pues, favorecer las personas de cultura al desencantamiento cultural destruyendo todos los ídolos, los stars systems, a esos magos/oradores y seres tocados por la mano de Dios que intentan, con mayor o menor habilidad, instaurar un nuevo imaginario, lanzar un encantamiento permanente sobre el mundo, unas nuevas ensoñaciones y utopías con las que esperanzar a la humanidad y ella misma, creyéndose la ilusión, la fantasía, se esfuerce por hacerla realidad resemantizándola a través de la creatividad nacida del conflicto de las imaginaciones individualizadas que reinterpretan y dan nuevo sentido a los discursos de poder que vienen desde arriba? ¿Deberíamos ser las mismas “personas de cultura”, las que no buscamos el para qué sino el porqué o el qué, las que queremos comprender y no explicar, quienes nos debiésemos convertir en magos/oradores, construyendo quizás un nuevo lenguaje que no se agote, con la misma intención de ensoñar a la sociedad en ilusiones más complejas y precisas aunque la mayoría de las veces nuestro elitismo cultural, nuestra sofisticación, ya nos impide el acceso a ellas? O en tercer y último lugar ¿debemos los humanistas, por ejemplo, continuar desempeñando nuestro papel de repelentes desconfiados, a veces de incordios aguafiestas y pedantes como nos llegan a llamar, que se dedican a cuestionar y subvertir toda forma de dominación mental, agitar todo estancamiento y estabilidad, desasosegar la paz de las personas sencillas, despertar el mundo, desengañarlo y volverlo desdichado pero crítico e insatisfecho y por tanto más revolucionario y autónomo pensante? Yo no tengo la respuesta pero mi trabajo, para bien o para mal, es no dejar de imaginarla a través de símbolos e imágenes y para ello tengo que estar ilusionado.
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