Continuación de un trabajo publicado en escarchamental.blogspot.com sobre el conflicto entre arte y vida (tradición vs. contemporaneidad) en la obra de Thomas Mann.
"Por el otro, tenemos la vida, el disfrute del instante, una especie de carpe diem horaciano pero sin la moderación típica epicureísta que tan bien simboliza Serenus. Porque es un carpe diem contemporáneo, un hedonismo atado al consumismo, a la promiscuidad en todos los ámbitos y a la sociedad del entretenimiento que mata la historia y se despreocupa del futuro: un individuo acrítico y perfectamente integrado. Lo que podríamos asociar a la cultura mediterránea del estar, más que del ser. Se trata de una cultura de la calle, popular, de buen tiempo y de buen comer, de música y de baile: cultura del festejo. No en vano asociaban los románticos el Mediterráneo al ideal utópico del Paraíso y parecía el mejor lugar para pasar los últimos días de vida o donde perderla heroicamente, como hiciera en Grecia Lord Byron. La vida que parece querer llevar Gustav von Aschenbach, y que nosotros llamaríamos de vacaciones, en La muerte en Venecia, ciudad corrompida y enferma por el afán de lucro y la opulencia:
Això era Venècia, la cortesana falaguera i suspecta: ciutat de fades d’una banda i paranys per a estrangers de l’altra, en l’aire podrit de la qual antany l’art florí luxuriosament i els músics trobaren temes per a melodies que bressen i amanyaguen. A l’escriptor aventurer, li semblava absorbir encara amb l’esguard la voluptat d’altres temps i regalar-se a l’oïda amb aquelles melodies; recordà també que la ciutat estava malalta i que hom ho amagava per cobejança de diners.[1]
Las consecuencias, pues, de seguir esta filosofía también pueden ser negativas. Una vida de inercias e impulsos, sin proyectos definidos o muy vagos, de improvisación, de mediocridad y hasta de pobreza económica e intelectual, volátil e inestable, aferrada a los desequilibrios por buscar siempre la intensidad en los extremos, en los grandes placeres y pasiones inmediatas, sin grandes sacrificios ni compromisos. Aquí también se produce “la mala costumbre”[2] por lo excepcional, que es querer mantener como eterno el amor, esa intensidad increíble a la que nos queremos aferrar por su extraordinariedad y perdemos de vista, de nuevo, “el mundo de lo factible”. Puede uno llegar a la demencia por ambas vías porque ambas producen adicción y hacen “perder el gusto por todo lo demás”. Esta vida hedonista en el fondo busca volver al Paraíso donde no existía el conocimiento, ni la vergüenza, ni el miedo, ni el trabajo donde uno se gana el pan con el sudor de su frente, donde todo era verde, puro y sencillo. Dos estereotipos que tarde o temprano suelen buscar equilibrarse. Las relaciones humanas distraen del trabajo intelectual, pero sin relaciones humanas, sin familia, amor y amistad, no hay verdadera dicha. La figura de Aschenbach es precisamente la de un hombre que tras haber alcanzado el gran éxito intelectual se abandona a este segundo estilo de vida mucho más sensorialista, donde encontrar el amor (Tadzio en su caso) es, sin duda, el gran éxito “vital”, carnal, terrestre.
Los versos de Hölderlin “donde hay peligro brota también la salvación” pueden leerse en el sentido de intentar reconciliar el árbol gris de la ciencia y el verde de la vida del que hablábamos al principio de este trabajo. Como también pueden leerse en sentido similar las interesantes palabras del profesor Arzt de Adrian cuando afirma que el sistema capitalista mantiene despierta la noción de peligro en el ser humano[3]. Y en estos casos, sobre todo en el primero, se podría asumir sin dificultades la paradoja (muchas veces señalada) de que, no habiendo Paraíso posible para los hombres en esta tierra, lo que más se acerca al comportamiento bondadoso es el camino oblicuo, o sea, el conocimiento del camino que bordea el infierno para evitarlo. Adrian no lo hace y su comportamiento es al mismo tiempo perversión y trasgresión.
En el momento tal vez más crítico del siglo XX, cuando la guerra de España toca a su fin y se anuncia la Segunda Guerra Mundial, Carlo Levi propone volver a la letra del mito argumentando que ésta es clara y comprende. Sintomáticamente la propuesta de Carlo Levi concluye, bajo el rótulo “historia sagrada”, una reflexión premonitoria sobre el miedo a la libertad[4]. Esta reflexión tiene que relacionarse inmediatamente con las preguntas radicales de otro Levi, Primo Levi, sobre las causas del Holocausto. La interrelación de estas dos reflexiones toca el corazón de un asunto universal: el miedo al saber es miedo al poder y el miedo al poder es miedo del hombre a la libertad porque es miedo a la muerte. Y según las siempre provocadoras palabras de Nietzsche, el hombre, que solo es un puente, tiene que morir para poder renacer como superhombre, como un ser que se ha superado y ha vencido sus temores: su miedo a la muerte. Y dice así otro de los profesores de Adrian:
Ser joven significa ser original, permanecer situado cerca de las fuentes vitales. Significa levantarse y romper las cadenas de una civilización superada, tener el valor que hace falta, y que otros no tienen, para sumergirse de nuevo en lo elemental. Intrepidez juvenil, es decir, morir y transformarse, saber que después de la muerte viene la resurrección.[5]
Una muerte más social que física, que acepta y aprende a convivir con su soledad, consigo mismo (“vuestro mal amor a vosotros mismos es lo que os tuerca la soledad en prisión” dice una vez más Zaratustra). Dicho esto, conviene de nuevo recuperar ahora las palabras de Hölderlin (“donde brota el peligro, brota también la salvación”) y de un autor mucho más contemporáneo y actual que lleva esta polémica hasta nuestros días, Zygmunt Bauman:
cuando desaparece la inseguridad, también están condenadas a desaparecer de las calles de la ciudad la espontaneidad, la flexibilidad, la capacidad para sorprender y la promesa de aventuras, que son los principales atractivos de la vida urbana. La alternativa a la inseguridad no es el paraíso de la tranquilidad, sino el infierno del aburrimiento.[6]
[1] Mann, Thomas. La muerte en Venecia. Barcelona: Edhasa, 2010. P. 100-101.
[4] Carlo Levi, Paura della libertà (1939), traducción castellana de Antonio Gimeno Cuspinera.: Miedo a la libertad, Edicions Alfons el Magnànim, Valencia, 1996.
[6] Bauman, Zygmunt. Vida líquida. Barcelona: Paidós, 2006. P. 103.
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