Imaginaos un corazón de metal lleno de válvulas reguladoras de flujos energéticos. Como un sol aprisionado por gigantescas placas de acero reforzado que reprimen y contienen esa fantástica fuente de posibilidades. Un verdadero núcleo de poder y energía que bien utilizado puede iluminar y conseguir cualquier cosa. Ahí reside un increíble potencial, pura fuerza. La sede de la vida.
Todos tenemos en nuestro interior uno de esos motores que lucha por liberarse y expandirse apoderándose de su entorno salvajemente. Una terrible sed de fusión con la naturaleza que jamás puede satisfacerse del todo y en su búsqueda desesperada algunos se pierden. Pero hay una razón por la cual la contenemos. Esa energía puede gastarse y desperdiciarse si no se canaliza y manipula de forma adecuada y entonces llegan los fallos de sistema (frustraciones, decepciones, crisis, etc.). Incluso puede llegar a ser extremadamente destructiva y acabar con nosotros mismos. La creación de canales, válvulas y contenedores de reserva para almacenar y recargarnos son los estímulos que inventamos (leyendo, quedando con amigos, trabajando, etc.) para aprovechar esa energía. La creación de ese sistema técnico que nos regula es nuestra tarea de formación hasta el día de nuestra muerte: aprender a utilizarse uno mismo. No hay planos de construcción específicos, cada uno debe descubrir los suyos. Y solo cuando aprendes a utilizar tu propia fuerza, te vuelves fuerte. Realizarse es obtener tus propios productos, de tu propio árbol único e irrepetible en sus combinaciones. Incluso cuando a veces forzamos la maquinaria, nuestros límites, para experimentar hasta donde podemos llegar, esa es nuestra propia valentía.
"Es el poder latente que todos tenemos: presencia, espíritu de pelea, intimidación... ¡El no vacilar! Eso te hace fuerte." (Eiichiro Oda)
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