Palabras clave: mito, realidad, absolutismo, angustia, deseo, imagen.
Por absolutismo de la realidad Hans Blumenberg entiende la creencia del ser humano de no ser capaz de disponer de las condiciones determinantes de su existencia. Cuanto más ambiguas e indeterminables son, mayor es la tensión que siente. Es decir, el ser humano no ha superado la pérdida de la antigua protección que le suponía la selva y ahora está expuesto en la sabana, en términos darwinianos, o de la protección del vientre de la madre al que desea retornar, en términos más freudianos como los del Ensayo sobre la teoría de la genitalidad de Ferenczi, que Blumenberg cita. No se ha emancipado del paraíso edénico donde se sentía invulnerable y seguro (“arcaico deseo de retorno al hogar”, “irresponsabilidad de entregarse a poderes que no pueden ser contradichos”1) y es un inadaptado. La angustia, que se manifiesta como parálisis y pánico, ante un nuevo entorno donde no sabe desenvolverse es racionalizada como miedo en la historia de la humanidad y del individuo, pero nunca tiene un carácter realista. El conocimiento, la historia y la experiencia no eliminan la amenaza ni la nostalgia, deseo de retorno, de volver a caer en ese estado de impotencia, de volver a hundirse en un arcaica resignación.
Por absolutismo de la realidad Hans Blumenberg entiende la creencia del ser humano de no ser capaz de disponer de las condiciones determinantes de su existencia. Cuanto más ambiguas e indeterminables son, mayor es la tensión que siente. Es decir, el ser humano no ha superado la pérdida de la antigua protección que le suponía la selva y ahora está expuesto en la sabana, en términos darwinianos, o de la protección del vientre de la madre al que desea retornar, en términos más freudianos como los del Ensayo sobre la teoría de la genitalidad de Ferenczi, que Blumenberg cita. No se ha emancipado del paraíso edénico donde se sentía invulnerable y seguro (“arcaico deseo de retorno al hogar”, “irresponsabilidad de entregarse a poderes que no pueden ser contradichos”1) y es un inadaptado. La angustia, que se manifiesta como parálisis y pánico, ante un nuevo entorno donde no sabe desenvolverse es racionalizada como miedo en la historia de la humanidad y del individuo, pero nunca tiene un carácter realista. El conocimiento, la historia y la experiencia no eliminan la amenaza ni la nostalgia, deseo de retorno, de volver a caer en ese estado de impotencia, de volver a hundirse en un arcaica resignación.
El ser humano supera este absolutismo mediante su capacidad imaginativa. De tal forma que podríamos establecer la fórmula de que a mayor angustia, menor capacidad imaginativa. El homo pictor no es únicamente el productor de pinturas, sino también, en un sentido más amplio, un proyector de imágenes que le preotegen frente a la inseguridad. Estas imágenes proyectan a su vez deseos y de esta forma al absolutismo de la realidad se contrapone el absolutismo de las imágenes y los deseos. Ello se comprueba con la cabeza de medusa de Goethe que supone el triunfo del clasicismo donde el ser humano supera los tiempos primitivos no ya mediante el mito ni la religión, sino mediante el arte. Tras abandonar la selva el ser humano se protege en la cueva, su hogar, que construye mediante el pensamiento y el procedimiento con los cuales domina el deseo y la magia. Y sale para cazar al aire libre y proveerse de lo necesario para su supervivencia.
El mito surge como manifestación de una superación y de un distanciamiento y amortiguamiento de una amarga seriedad anterior. Los dioses son como no les está permitido ser a los hombres, pero antes también como los hombres no pueden ser. Liberarse de lo sacrosanto consiste en poder decir esto o aquello sin que a uno le parta un rayo. El mito es un material de interpretación y alegorización, un afecto convertido en representación y acción según Wilhelm Wundt o una sublimación según Freud. El afecto de Wundt debe entenderse como “acciones parciales que trabajan contra el absolutismo de la realidad2, es decir, una actitud de estar en guardia ante lo invisible y de evitarlo observando sus reglas. El mito reacciona ante lo extraño e incierto, ante la supremacía de “lo otro” para transformarlo en el otro y crear una relación con el dominio del otro. Esto, siguiendo con la metáfora pasada, ocurre durante la caza al aire libre y encuentra diferentes territorios extraños en los cuales es posible una confrontación. Pero no es totalmente cierto que históricamente se pasara del mythos al logos. Las preguntas seguían siendo las mismas, lo que los distinguía era su forma de responderlas.
Tales de Mileto es el primero en considerar que los mitos no son suficientes para comprender el mundo mediante la siguiente sentencia: “todo está lleno de dioses”3. Así es como comenzó a agotarse la forma de pensar mítica. Una función del mito es.
Conducir la indeterminación de lo ominoso a una concreción de nombres y hacer de lo inhóspito y lo inquietante algo que nos sea familiar y accesible4
Este proceso es llevado al absurdo si todo está lleno de dioses porque no puede mantenerse la fuerza de las representaciones, la imaginación de personajes e historias o sistematizar vinculaciones si todo es igual. Existen dos teorías históricas acumuladas sobre el origen de la religión. Una es de Feuerbach que se asocia a las religiones monnoteístas y dice que la divinidad no es otra cosa que la autoproyección del hombre en el cielo para expresarse en un medio extraño y enriquecer su autoconcepto.; y la otra es de Rudolf Otto más generalista, para quien el dios o los dioses surgen a partir de una sensación primigenia, apriorística y homogénea de lo “santo” a la cual se vincula, en segundo lugar, el horror y el miedo o la angustia cósmica. Y entonces, hacia finales del siglo XIX, apareció Nietzsche con unas sentencias que igualmente marcaron un antes y un después: “¡Casi dos milenios y ni siquiera un solo nuevo Dios!”, “Y cuantos dioses son aun posibles”. Es decir, marcó una nueva era de remitificación, como ha sido el siglo XX. El mito deja al hombre vivir despotenciando la supremacía porque hay en él una dosis de humor y de ligereza; no tiene imagen alguna para la felicidad del hombre1. El deseo más recóndito del mito es no solo suavizar la pendiente de poder que se abre entre dioses y hombres, quitándole a esa situación su más amarga seriedad, sino invertirla hasta el punto de que, sospecha Blumenberg, el hombre asume el papel de ser tan imprescindible que hasta la felicidad de Dios depende él.
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