Hacia una épica minimalista. Las pequeñas conquistas construyen un gran reino.

sábado, 3 de marzo de 2012

Darwin, Richard Dawkins y la selección natural

El objetivo de este capítulo es demostrar que no existe una diferencia fundamental entre el hombre y los mamíferos superiores en sus facultades mentales. Darwin se encarga durante todo el capítulo de darnos una gran cantidad de ejemplos de animales, sobre todo simios, pero también perros (“se detienen reflexionan y dudan” en la pág. 96), elefantes, etc. Estos animales tienen comportamientos que consideraríamos más propios de humanos y gran ejemplo de ello es el castor, que construye canales. Para ello utiliza sus observaciones a lo largo de los años, fuentes bibliográficas de reputados científicos para nosotros hoy desconocidos (Morgan o Lartet), vecinos y parientes y hasta del clero, como el arzobispo Summer. Hoy consideraríamos que algunos de estos testimonios no tienen ninguna autoridad científica y descalificarían el propósito del texto considerándolo en algunas ocasiones de interesante (como la afirmación de que la “atención” indica progreso intelectual o que los imbéciles actúan por costumbre) pero repleto de anécdotas.
Sin duda, Darwin demuestra ser un precursor de la etología que estudia el comportamiento de los animales, la evolución de éstos y sus beneficios para la especie, pero no demuestra que no exista una diferencia fundamental con los animales superiores, sino que más bien aún no ha sabido decir cuál es. Es decir, no podemos deducir que no exista solo porque no lo  haya encontrado.  Además, Darwin reconoce la ignorancia que aún se tenía (y aun se tienen) sobre los diferentes eslabones perdidos de la evolución desde el simio hasta el hombre (pág. 115). Y ésta no es la única limitación del texto. No se puede obviar de la lectura de este texto que es completamente hijo de su tiempo. La comparación de los perros con los salvajes (no sabemos exactamente quienes ni porqué), la creencia de que existen lenguajes culturalmente “bajos” (pág. 117), o que el politeísmo es propio de “razas menos civilizadas” (pág. 120) nos indica que estamos en un contexto colonial, racista y etnocentrista que menosprecia otras culturas. Por otro lado, Darwin era racionalista e ilustrado y también consideraba propio de animales inferiores el gusto por la novedad o ser caprichoso, es decir, una crítica al romanticismo que precisamente valoraba esas “culturas primitivas”. Sin embargo, la mayor aportación de Darwin es que nos ayuda a romper mitos y estrechar lazos entre la humanidad de la animalidad y la animalidad de la humanidad.

Las teorías sobre el darwinismo social tratan de justificar el sistema de mercado capitalista neoliberal e ideologías de derechas sobre las bases de que es algo natural e inevitable. Esta es una de las mayores perversiones y manipulaciones de nuestro tiempo, como reconoce Richard Dawkins en el DVD sobre el Quinto Primate. El darwinismo social debería haber sido superado tras las Guerras Mundiales y las catastróficas consecuencias de no considerar algo muy básico pero fundamental: todos los seres vivos somos seres mortales que sufrimos y, por tanto, merecemos dignidad, derecho a vivir en las mejores condiciones posibles.      
En El final de la utopía de Herbert Marcuse, publicado hacia mediados de los años 60, este filósofo de la Escuela de Frankfurt demuestra que la humanidad tiene recursos suficientes para acabar con la pobreza y la hambruna a nivel mundial, pero no lo hace porque la repartición equitativa de la riqueza implicaría una reducción considerable de la comodidad y la opulencia a nivel global. Este es el problema y no la superpoblación de la que hablan autores como Malthus. Hasta ahora, los saltos tecnológicos nos han permitido producir más para más personas en casi cualquier parte y seguirán haciéndolo. No es pues por la supervivencia que los países ricos como el nuestro dejan morir de hambre a millones de personas, sino por codicia. Los animales, sean o no superiores, no depredan su entorno hasta destruirlo completamente como estamos haciendo nosotros y como demuestra la crisis global que vivimos. No hay ningún animal que quiera conquistar el mundo ni ser inmortal excepto el ser humano. Esto es la codicia: acumular riqueza, acumular poder mucho más allá de satisfacer nuestras necesidades vitales y nuestros instintos.  Pero Darwin no conocía aun lo que deparaba el siglo XX ni las manipulaciones que se harían de sus teorías.
Finalmente, queda la duda sobre si el hombre puede o no escapar de la selección natural a diferencia de los animales superiores como otra de las posibles diferencias. La respuesta a esta pregunta siempre dependerá del grado de cinismo, o por el contrario de fe en la humanidad, de cada uno. Históricamente, quizás haya más pruebas para ser cínicos, pero no creo que se pueda dar una respuesta científica a ello porque entran en juego juicios filosóficos y de moral ineludibles. En cualquier caso, la teoría de la capa de barniz que arguye que la moral es una capa que cubre nuestra animalidad o bien como se ha dicho alguna vez, que la cultura solo nos hace bestias más sofisticadas, aunque fueran ciertas parcial o completamente, no son en absoluto constructivas para la sociedad. ¿Merecería la pena vivir en un mundo así de misántropo? Solo creyendo que podemos construir un mundo mejor, un ideal quizás inalcanzable, algo puede cambiar, mejorar. Se debe luchar contra el gen egoísta por el beneficio colectivo y aunque nunca alcancemos del todo la utopía, los progresos y avances en cuanto a bienestar para toda la humanidad (riqueza en el sentido de salud, vivienda, alimento, educación, etc.) siempre serían mayores que en las condiciones de parasitismo norte-sur actuales. Aunque la ciencia pudiese legitimar la desigualdad social como algo propio de la competencia y la lucha por la supervivencia, siempre podría reducirse más si se quisiera. Quizás, la diferencia principal del ser humano es que es más consciente que cualquier otro animal de su potencial para construir y destruir. Si Dios ha muerto, ahora no lo podemos sustituir por una ciencia que nos dice que existe una fuerza de la naturaleza que se llama selección natural y limita nuestra libertad. La ciencia la hacen los humanos y así pes no es transparente y tiene intencionalidad. Decirnos esto me parece un ejercicio de toma de responsabilidad social e individual de primer orden.

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