Hacia una épica minimalista. Las pequeñas conquistas construyen un gran reino.

sábado, 4 de febrero de 2012

Dos súperleyes

Hay dos leyes de la economía, o eso me dijo cierto doctor en economía y geografía, que tendencialmente se cumplen en todos los ámbitos de la vida. No se tienen muy en cuenta pero seguramente todo el mundo las conoce.

La primera es la ley del mínimo esfuerzo. Si puedo realizar la misma tarea con resultados iguales o parecidos siempre escogeré, obviamente, la que me suponga un esfuerzo menor. Hasta aquí me parece que seguir esta ley es algo inteligente. Pero lo interesante es que esta ley a la larga se convierte en una influencia para ser cada día más vagos. Es decir, creemos que la ley existe universalmente en todas las tareas y nos esforzamos por encontrar la forma de trabajar lo mínimo posible. Dirán que es un tópico pero yo compruebo que esta ley se cumple a diario con la mayoría de gente que conozco, incluido yo mismo. La pena es que hemos llegado a un punto en el que la ley del mínimo esfuerzo no implica trabajar menos para conseguir lo mismo, sino trabajar menos para conseguir menos, y aun nos engañamos diciendo que no. Y aun muchos tenemos la cara dura, o la inconsciencia, de querer la misma recompensa que aquellos que trabajaron duro. Si eres vago, eres vago macho, reconócelo, pero tampoco es como para enorgullecerse y reírse de los que de verdad lo merecen. Al final, resulta que todos nos quejamos de que nadie se sacrifica por nadie ni por nada, por ningún sueño, pero al mismo tiempo somos tan imbéciles de jactarnos de conseguir lo que queremos por la gorra o por la mínima. En general, podríamos llamar a esto la mediocridad.

La otra es la ley de la rareza o del valor de lo escaso. Yo la llamo así, no sé realmente cómo se llama o si tiene un nombre. Viene a decir, en síntesis, que lo escaso es valioso. Parece una tontería pero no todo el mundo es consciente de hasta qué punto se puede entender esta ley. Por ejemplo, no es lo mismo el abrazo de una persona que nunca lo hace que de una persona-pulpo empalagosa. El valor no está solo en el hecho en sí, sino también en quién lo hace y en cómo lo percibe el que lo recibe. De la misma manera, una persona a la que nunca la piropean, que de golpe alguien lo haga adquiere un significado mayor del que intrínsecamente podríamos decir que tiene. En otras palabras, si quieres ser valorado tienes que saber qué le falta a la sociedad o a la otra persona y dárselo. O bien, privar a las personas de lo que siempre han tenido en abundancia de ti para que comiencen a valorarlo...

No hay comentarios:

Publicar un comentario