No queremos que sea un asunto público porque solo queremos cerca a nuestros más allegados en el momento final. Ahora bien, la muerte es indudablemente una tragedia, necesaria y natural pero trágica, con una dimensión épica porque culmina nuestra existencia y recoge para nosotros nuestra historia. La muerte súbita destruye esa épica y es por ello que a veces se dice que se ha de vivir cada día como si fuese el último. Minimizar la muerte como si no fuese lo que es, el final de nuestra existencia, y hacerla pasar por un momento más es hacernos un feo favor. Es evidente que no es un momento cualquiera y no podemos eliminar su significado. No un significado universal, no, sino el significado del capítulo final de nuestra historia particular y personal. No se trata de generar un escándalo ni de realizar un verdadero espectáculo como algunos pensarían, pero tampoco de vivirla, porque la muerte hasta el momento en el que llega se vive, como si realmente no fuese a llegar. Ante la conciencia del propio final uno no puede seguir como si nada o, peor aun, esconder que efectivamente va a suceder.
Mediante la televisión se cultiva la complacencia, que es la droga de la pasividad y el aislamiento, de tal forma que cuando el individuo pierde de vista su conciencia de ser finito también pierde de vista todo su proyecto vital y evita tener que planteárselo. Mediante el consumo puede el ser humano transformar la muerte en “mercancía de consumo en correspondencia con el status social” Es decir, destacarse y crearse una identidad ante la muerte como resistencia significativa de distinción final gracias a la potente Industria Funeraria. Y, por otro lado, y sobre todo, hay que contar en nuestros mercados con toda la variadísima gama de productos y medicina antiedad o antienvejecimiento para parecer hasta el día de nuestra muerte jóvenes y guapos. Se percibe la belleza y la juventud como antítesis y casi invulnerabilidad ante la muerte.
¿Cómo decirle a un paciente que se muere? ¿Hay una asignatura para eso? La profesión de médico va mucho más allá de ser una ciencia experimental y técnica y ha ido dejando de lado su dimensión de ciencia humana. Saber dar una noticia de muerte sin sumir al paciente o al familiar en la más absoluta desesperanza pero sin engañar, no es algo que se pueda enseñar ni aprender fácilmente. En resumidas cuentas, la magnífica síntesis del perfil óptimo de médico es: también un terapeuta, alguien capaz de tolerar el sufrimiento y el contacto cercano con la muerte mediante un sólido entrenamiento y mecanismo de soporte propios, a desarrollar un tacto adecuado con cada paciente, a saber escuchar lo que quiere y necesita siendo una caja de resonancia para él pero sin dejarse inundar por su desgracia, a tener capacidad de empatía y compromiso también con la familia, ayudar a darle un significado particular a la muerte de cada paciente según su historia. La muerte no es genérica, es la muerte de alguien, el fin de un mundo.
De una reseña sobre El Médico y el hombre ante la muerte de Marcos Gómez Sancho
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