Esta teoría la he ido cocinando en mi mente durante una semana más o menos buscando el momento adecuado para desarrollarla como complemento y extensión de la anterior teoría. Y mientras me estoy tomando un vaso de leche caliente con mucha miel y veo Bola de Drac Z Kai es un momento inmejorable. Es mi teoría para un estilo de vida pleno y saludable claro, no una teoría universal.
Consiste en no perder la calma ante ninguna circunstancia, concentrarse en el momento presente como si no hubiese otra cosa y echarle tanto humor como sea posible. Porque sin humor la vida es una pesadilla. Yo actúo siempre con la máxima naturalidad y espontaneidad posible, una improvisación celebrada, y me olvido de lo que piensen los demás. Si me equivoco o hago el tonto muchas veces se debe a una pura cuestión contextual o probabilística, circunstancial. He comprobado tantas veces que el mismo comportamiento con personas diferentes, la misma broma o la misma reflexión, para unas personas es hilarante, profunda, absurda, estúpida, incomprensible, tiene tantas múltiples respuestas que ya ni me preocupa. Yo no puedo prever la reacción de los demás excepto cuando ha pasado mucho tiempo desde que conozco a la persona. Y ni aun así hay garantías, porque siempre te puedes llevar una sorpresa. Nuestros estados de ánimo varían constantemente, pues bien, yo trato de estabilizar ese estado de ánimo en una óptima sensación de bienestar que se traduce vulgarmente en cierto pasotismo ante la humanidad y mis imprevisibles encuentros y desencuentros con ella. Y suerte que es un caos porque sino no me podría reír de ella tanto. El bienestar es lo único que me interesa y se autogenera y contagia cuando lo creo mío. Y cuando lo necesito lo encuentro no importándome la situación en la que me encuentre. Yo llevo mi poder y mi fuerza, mi sosiego conmigo, hasta cuando me toca hacer cosas que no deseo.
Libertad, oh sí, libertad es esa paz que da el hacer lo que te venga en gana cuando te venga en gana con el ánimo expansivo que no destruye porque todo en él es alegría contagiosa. La calma, el sosiego, el no esperar nada, sino actuar sin prever ni predecir consecuencias, sin intentar meterme en la cabeza del otro o de la otra, error de los errores, sino tan solo continuar con mi estado de calma risueña. Y el risueño, Isaac en hebreo, soy yo. Un regalo de mis padres, mi nombre, mi identidad perseguida y estática, mezcla del dolor y del absurdo y la experiencia. Agradezco mi nombre porque quiero ser lo que soy. Alcanzar mi nombre es mi meta cada día, una aventura en la rutina, descubriendo las posibilidades de cada palabra y situación, los huecos en los que crear un buen ambiente, desaparecer y reaparecer, mentir cuando me viene en gana, exagerar, olvidada toda vergüenza o cortesía o demostrarla si me place como un juego. Todo lo puedes cambiar cuando quieras pues tu gracia interna te da los argumentos y la energía necesaria para encontrar el camino que necesitas. Ante los ataques: una burla, una risa, un silencio sonriente, unas cejas arqueadas o mejor una indiferencia total. Sin arrepentimientos, todo pasado es inmutable, todo presente es posibilidad. El pasado, la culpa, el miedo, la inseguridad, la pena ya son una áncora en las que te encierras para nada.
Tanto un comentario poco inteligente ante la chica que te gusta y le sienta mal, una broma de la que no se ríe nadie, un olvido, un desprecio, un adiós, un examen suspendido, una respuesta errónea a una pregunta obvia... toda tristeza diaria es nada en el gran recorrido de la vida y visto así ninguna circunstancia del día tiene una trascendencia verdadera, sino tan solo una preocupación que ya sabemos pasajera y por tanto podemos evitarla. Solo las trayectorias hacen camino significativo, lo demás son instantes para la risa, para el absurdo. ¿Qué es una palabra? No es nada. Y voy y vengo de hablar con uno y con otro como si lo fuesen todo, consciente del juego y del campo de juego, con entusiasmo y sin mirar lo que construyo y destruyo si lo hago en con pleno convencimiento en su momento único con la alegría que me corresponde a mi necesidad circunstancial.
Ante las pérdidas afectivas, pérdidas importantes que demandan irremediablemente nuestra tristeza lamentable, podemos recordarnos que podemos rellenar esos vacíos con el tiempo con las personas que aun tenemos que conocer. Una madre, un padre o un hermano o hermana no se reemplazan, pero sí un amor o un amigo, aun cuando al principio no lo parezca.
Y al final llego a la conclusión que los únicos problemas graves de la vida son los de salud. Ello es lo único que de verdad debe preocuparnos. No lo digo por tópico social, sino por experiencia. Y no la muerte, no. La muerte es el final de nuestra historia, triste porque se acaba, pero si en el balance final has vivido como has querido, la muerte también puede ser, al mismo tiempo que trágica, feliz porque es la conclusión y reunión balanceada de nuestra historia personal.
Mi vida, una libre improvisación bien fundamentada con una meta mal definida y peor resuelta, pero dando unos pasos hacia ella bien firmes y saltarines.
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