Hacia una épica minimalista. Las pequeñas conquistas construyen un gran reino.

domingo, 17 de julio de 2011

Imaginación y futuro: ilusionando y desilusionando el mundo IV

Utopista, orador y mago: proyecto, lenguaje y encantamiento

Hemos dicho, y ahora ampliamos, que la imaginación nos sirve para proyectar un mundo utópico que nos satisfaga a nosotros mismos, es nuestra herramienta más personal para darnos soluciones, pero también para iniciar un proceso de transformación social, un laboratorio de experimentación para la humanidad y, en consecuencia, puede estimular la realidad política. Es necesario imaginar qué sociedad queremos para crearla, pues la sociedad no deja de ser una construcción creativa colectiva y conflictiva, dinámica y cambiante a un ritmo vertiginoso. Las utopías tradicionalmente han hecho mucha crítica social y a la vez han reflejado los anhelos y miedos de la sociedad que las han visto nacer (desde la Utopía de Tomás Moro hasta Un mundo feliz de Aldous Huxley). Intentan resolver conflictos, acabar con los grandes males de la humanidad como el hambre o las enfermedades y, en definitiva, describen ritualmente la comunidad de humanos perfecta, con el máximo bienestar y felicidad, y con toda la ambigüedad que conllevan estas dos últimas palabras. En su forma, tiene puntos en común con el mito y la religión y por eso también es interesante destacarla aquí.
Tanto el mito como la religión responden a la necesidad humana, mecanismo de nuestra consciencia, de dar sentido, valores y expresiones estéticas constantemente frente a la sensación de vacío. Por eso nuestra actividad creadora es tan importante, la cultura es portadora de principios, certezas, creencias que ponen una máscara sobre el mundo y suavizan la tragedia humana a través de los símbolos, del lenguaje que utilizamos para construirnos, o eso decían los modernistas. La cultura nace de la interacción del hombre con el mundo, como un medio para domesticarlo y hacerlo suyo, controlarlo y apropiarse de él. Ello no significa que realmente exista una naturaleza inmaculada, pura, pues el mismo concepto de naturaleza ya es un símbolo humano, deformado y canónico de la estructura supuestamente originaria del mundo. Por ejemplo, también lo sería el mito del Paraíso Perdido. En este sentido, Blumenberg define al ser humano como un homo faber (ser constructor/fabulador) por definición, es decir, "un ser que crea", constructor. Y por supuesto tenemos la creencia de que la ciencia, mediante las matemáticas, puede desvelar ese mundo natural, auténtico y oculto (pozo de misterios que tanto estimula nuestra imaginación). Pero en el fondo en nuestra sociedad no se aspira a entender las cosas, sino tan solo dominarlas, a conocer su funcionamiento para sacar provecho de ellas, de tal forma que debemos tener destreza pero no comprensión. Este es el triunfo de las ciencias experimentales sobre las ciencias humanas. ¿Quién se pregunta cuando sale a la calle cómo es posible que se sostengan los edificios o porqué todos los semáforos estén tan bien coordinados? Tan solo queremos saber que el mundo funciona o en todo caso cómo funciona, no porqué funciona o qué son las cosas. Es decir, gobierna el para qué.
El sociólogo Karl Mannheim en Ideología y Utopía: Una Introdución a la Sociología del Conocimiento (1929) define las utopías como “irrealidades, quimeras de representaciones trascendentes que movilizan la realidad social hacia su transformación”. Sin embargo, no todas las utopías tienen este enfoque, esta voluntad o desembocan en estas consecuencias y bien pueden responder únicamente a una forma de divertimento o al puro discurrir filosófico sin necesidad de pretensiones reales político-sociales. Esto no significa que las utopías no resulten ser siempre una sombra proyectada por la realidad política histórica. Hablar de utopías aquí es importante por dos motivos. Primero porque seguramente es uno de los géneros en los que la imaginación, en tanto “función absoluta del futuro” según Bachelard, encuentra su mejor contexto para expresarse con libertad. En segundo lugar porque podemos preguntarnos ¿en qué momento la predicción deja de ser predicción para ser sueño?; ¿qué define que una obra sea una utopía, sentada sobre lo irreal, o un proyecto ideal, sentado sobre lo real? La respuesta que nos atrevemos a dar y que es fundamental para este trabajo es que la utopía es algo que no tiene lugar, pero que ante todo no tiene lugar hoy, porque el mañana es siempre incierto.
Toda utopía es en el fondo un proyecto o un sueño proyectado que tiene una voluntad de mejorar la sociedad, porque como decía Bachelard hay una íntima relación entre onirismo y voluntad humana. Actualmente, aunque la gente sigue teniendo sueños, la producción de utopías está de capa caída y el pensamiento utópico está mal visto en ciertos ambientes en los cuales se considera que su desarrollo ha tenido consecuencias catastróficas. Incluso se ha reducido con absoluto desdén a lo infantil, ingenuo y pueril. Pero, como hemos visto, lo cierto es que toda civilización, todo ser humano, precisa de la imaginación como medio para “utopizar”, para reflexionar como solucionar los problemas de la humanidad que le afectan, para esperanzarse, soñar y tener motivos para vivir y morir.

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