Hará cosa de dos meses me compré una camiseta del Barça. Desde que era pequeño que soy aficionado, pero tampoco lo he seguido mucho de cerca hasta hace poco. Es difícil que no se te contagie la euforia colectiva de tanto triunfo y celebración cuando lo que ves en el campo de juego a menudo es un espectáculo hermoso y digno de admirar.
Sentí que había algo de mágico en llevar esa camiseta y por ello me la compré. Y no me equivocaba.
Me la puse tras dos de los triunfos del Barcelona, cuando venció al Madrid por dos goles y cuando ganó la Liga, recientemente. En el primer caso, ya me sorprendió el efecto que tuvo llevar la camiseta en Sabadell, donde vivo. Me sorprendió porque, al salir a la calle, fue como si mi camiseta eclipsase todo mi ser y me identificase con toda una serie de valores, gustos y hasta creencias. Gente desconocida me saludaba por la calle, me gritaban "Força Barça!" y hasta me paraban alegres para hablar conmigo sobre la grandeza del equipo: su humildad, su excelente juego, elegante y efectivo, su trabajo en equipo... Caminar por la calle era una gozada porque te sentías uno con el entorno, rotas esas barreras invisibles que separan a las personas en la gran ciudad.
Toda esa filosofía con la que se identifica al Barça y que hace a sus seguidores sentirse orgullosos. Orgullosos ya no de ser fieles a un equipo de fútbol, sino a toda una forma de actuar y ser, una ética ejemplar cuyo esfuerzo, constancia y fidelidad en sí mismos han convertido al equipo de Guardiola en el mejor del mundo. Este discurso que nos hemos creído muchos ha conseguido, por ser en sí una creencia, congregar a muchos fieles. Y el entusiasmo es el carburante de todo proyecto.
Realmente es "Més que un club" porque ya no es solo un juego para entretener sino un modelo educativo. E incluso, aunque a mi no me guste, una forma de respuesta política, simbólica pero muy potente, que bajo el grito "Visca el Barça, Visca Catalunya!" ha hecho una gran campaña y ha congregado a muchos fieles en esa Meca llamada Canaletas.
Iba a realizar esta actualización dos semanas atrás, cuando me di cuenta del sentimiento de hermnandad que producia llevar la camiseta, pero consideré que estaba exagerando. Hasta el jueves. Volvía de la universidad con mi camiseta en el tren cuando un hombre de aspecto alegre comenzó a hablarme de nuevo sobre la grandeza del equipo y de cómo al final siempre ganaban los buenos, los humildes y trabajadores. Por recompensa de Dios. Esta historia ya alcanzaba otro nivel. El hombre se identificó más tarde como un católico evangélico y me confesó que el Barça fue fundado por los de su religión. Cuando se bajó del tren, me dijo algo que hacía mucho tiempo que nadie me decía y que a priori no tenía ningún significado para mi: "Que Dios te bendiga". Y luego añadió: "Y visca el Barça!". Yo soy agnóstico y le agradecí su buen deseo y le dije igualmente. Pero en ese momento comencé a sentirme genial. Sentí que formaba parte de algo que no conocía, de una red anónima que se identificaba en secreto conmigo, y aquel sentimiento de integración me ayudó, en aquellos instantes, a sentirme menos solo.
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