Hacia una épica minimalista. Las pequeñas conquistas construyen un gran reino.

martes, 17 de mayo de 2011

Crítica a Midnight in Paris (Medianoche en París)

Tras haber pasado otro día caluroso de primavera que me había absorbido todas mis energías he ido hoy al cine a ver esta película de Woody Allen con la gran crítica a sus espaldas. Estaba leyendo a la entrada el folleto con la sinopsis y me preocupó un poco la catalogación en comedia romántica. Me temía una pastelada. Pero siendo el director y guionista Woody Allen tenía grandes esperanzas de algo original. Y no me ha decepcionado. La película ha conseguido transportarme hacia el aura mágica parisina que se quiere recrear. Con toda su bohemia, elegancia, esplendor y altivez intelectual, pero sin abandonar ni olvidar que estamos ante una comedia con mucha parodia y para todos los públicos.

Los personajes están totalmente encajados en los roles que habitualmente representan. Por un lado, el protagonista hace el mismo papel cómico que vimos en toda la saga de Los padres de...: un viajante atolondrado y enternecedor a la par que ridículo. La bohemia Adriana ya la habíamos visto con un papel calcado en aquella película sobre gángsters protagonizada por Johny Depp. Y aquella sí que era una dramática pastelada de corte clásico. Por otro lado, el padre de la prometida siempre realiza un papel bastante estirado y rancio. Incluso la hierática Carla Bruni parece realizar el mismo papel decoroso y contenido que le corresponde a una primera dama. Lamentablemente, como suele ocurrir en las películas de Hollywood, aun a pesar de la habitual genialidad de Allen, el rol de un personaje parece estar determinado por su apariencia. Pero en una comedia, aunque esta sea más que una comedia, se puede perdonar.

Los primeros minutos parecen no decir nada, podrían pertenecer a cualquier sobredosis clásica de glucosos clichés románticos en un entorno presuntamente realista. Y digo presuntamente porque es una comedia y como en toda comedia entiendo los estereotipos y exageraciones como recurso estilístico. Pero la película se va reescribiendo, refilmando a sí misma a medida que el protagonista la va imaginando, transportado por su fantasía nostálgica de regresar a su particular Edad de Oro. Las calles de París se convierten en la madriguera a través del cual el conejo blanco va al País de las Maravillas. El pedante antagonista lo denomina con tono clínico como el Complejo de la Edad de Oro, quedarse anclado en un etapa idílica de la historia. Al final se acaba considerando un imperativo existencial (al menos de todo aquel con cierta sensibilidad, como se acaba viendo con el detective). Su prometida es en un principio una mujer que parece amar a su marido, pero a medida que se desarrolla la historia va degenerando en una mujer insensible y superficial que no sabe diferenciar al locuaz hombre pedante con el que tendrá una aventura, del hombre tierno, profundo y patoso que va a ser su marido. Así pues, el presente se va desarrollando y reescribiendo en la mente del propio protagonista, que también reescribe su propia novela según los surrealistas acontecimientos que va viviendo y le responden. Realidad y sueño se desdibujan y retroalimentan completamente cuando el director ya no necesita volver a mostrar el taxi que transporta al protagonista hacia el mundo paralelo. Su amor por Adriana parece haber quebrado esa frontera que ya nadie necesita volver a ver.

En este punto, la película se convierte en una hilarante parodia en la que no dejan de desfilar un sinfín de artistas de principios de siglo XX lanzando constantes guiños de lo más simpáticos al espectador cultivado pero sin dejar del todo desorientado a un público menos letrado. Sublime me parece la interpretación y diálogos de Ernest Hemingway, quien a mi pesar desaparece repentinamente. Otros como Degas, Monet o Picasso no están tan conseguidos, y a Dalí creo que se le podía sacar más partido en sus excentricidades a pesar de la reiteración en su gusto por los rinocerontes. Me ha gustado especialmente el guiño del prota como verdadero artífice de El ángel exterminador de Luís Buñuel, que podría darnos también algunas pistas intepretativas si fuéramos más allá en el análisis. El film es una parodia desenfrenada de toda esa bohemia replicando típicos tópicos de los artistas y cuidando su aspecto canónico de una forma brillante. El trabajo de vestuario y escenificación de los personajes y espacios vintage es igualmente excelente, pues aquí no se busca una representación fiel que refleje a estos personajes históricos en toda su complejidad. No, ellos hacen original la película con sus representaciones teatrales, histriónicas y por supuesto surrealistas.

El final es algo precipitado aunque predecible. Sin embargo, la propia película se ríe de su predicibilidad cuando, efectivamente, ocurre que su prometida admite haber tenido una aventura con el académico pedante, aunque él nunca confesará la suya propia y ambas eran esperadas casi ansiosamente por el espectador. La joven con la que finalmente se va, por supuesto a medianoche y que podría ser perfectamente una menor de edad, es físicamente un intermedio entre su independiente y moderna novia rubia y la romántica enamorada de la belle epoque con sus rasgos más delicados y suaves y sus ropas no tan ceñidas. El final, algo abrupto a mi gusto (me hubiese gustado un último vistazo al pasado para despedir a artistas hilarantes como Hemingway o Scott Fitzgerald), pretende integrar el pasado en el presente con esta chica que parece recién salida de wonderland. Puesto que es una comedia no puede ser derrotista y se opta por un paródico cuento de hadas. Al fin y al cabo, como dice su misma novia hacia el final, el protagonista parece estar "totalmente fumado" durante toda la película. En esa visión más antipática del alelado protagonista, con la que inevitablemente estoy de acuerdo, también se puede encontrar uno a gusto y, en cualquier caso, todo el mundo encontrará un punto divertido y genial en esta obra imprescindible.

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