Desde los años setenta-ochenta del presente siglo entramos en una
sociedad informacional y con el desarrollo tecnológico mueren poco a poco las
distancias junto con todo aquello que tiene especificidad espacial. Contra todo
pronóstico no se ha dado una situación de Aldea Global en la que lo local ha
ido desapareciendo, superándose las culturas y los lugares, sino todo lo
contrario, lo local y los lugares se han convertido en “trincheras de
identidad”, la experiencia de la gente es cada vez más local y también lo es
los controles sociales y políticos.
Son especialmente
importantes los conceptos de monumentalidad y centralidad. El primer concepto
debe encargarse de establecer un puente simbólico de significado entre
localidades y entre localidades y centros de poder. En el conflicto se fragua
la creatividad, la misma cultura y, pues, es socialmente sano. El verdadero
problema reside en aislar lo global de lo local ya que ha de haber una tensión
entre ellos. La centralidad tiene el papel de difundir la monumentalidad en
centros de significado.
Diferenciamos dos
intentos en el esfuerzo por crear sistemas de comunicación: espacios flujos y
espacios lugares. En el primer caso destacamos el ciberespacio público como
desarrollo de la ciudad-real para solucionar problemas sociales. Ejemplos
concretos son las ciudades virtuales (algo disneyficadas) como la ciudad
digital de Ámsterdam (uno por ejemplo puede casarse virtualmente) y la Ipérbole de Bolonia. Pero
en la práctica no es tan representativo y valioso como parece, porque, por
ejemplo, en la ciudad digital de Ámsterdam el 85% son hombres y el 75%
universitarios y en cualquier caso no se han conseguido verdaderos espacios de
integración, verdaderas sinergias sociales. Por no decir que pueden conectarse
personas que no son del lugar.
Así pues, las
gentes y los lugares se resisten a desaparecer en la indiferenciación global
(como podría ser un símbolo clásico McDonald’s) del espacio de los flujos El problema está en como ampliar la esfera
pública de la significación, en conectar la actividad con la memoria, la
identidad con la instrumentalidad, los flujos con los lugares cuando predomina
excesivamente la función comercial y los espacios flujos. Si se quiere una ciudad
productora de cultura tendrá que repensarse en el triángulo trabajo-vida
cotidiana-imaginario, teniendo en cuenta la necesidad del sueño en tanto
proyecto creativo, el conflicto en tanto tensión dialéctica y el esfuerzo
constante.
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