Hacia una épica minimalista. Las pequeñas conquistas construyen un gran reino.

miércoles, 9 de noviembre de 2011

Reseña de Apocalípticos e integrados, de Umberto Eco I

Como dice el propio Umberto Eco en la introducción, Apocalípticos e integrados es un libro para apocalípticos, yo añadiría hecho por alguien tirando a apocalíptico. Eco nos dice que la actitud de estos apocalípticos es la de un constante disentir, pero sin conciencia revolucionaria, de tal forma que su pasividad se acaba convirtiendo también en integración. Por ello, el objetivo primero del autor es analizar críticamente esta dicotomía, estas “categorías fetiche” o “esta contraposición maniquea entre la soledad, la lucidez del intelectual y la torpeza de hombre-masa” . Precisamente porque este libro tiene como principal público a personas que responden al perfil descrito, en la introducción pondrá especial énfasis en destruir esta trágica perspectiva o cómodo posicionamiento. De esta forma, el autor ya nos advierte claramente que este ensayo es un estudio crítico que parte del análisis, dejando atrás los prejuicios en la medida de lo posible, de aquella cultura de masas que a los apocalípticos les resulta infecciosa, la misma anticultura. Esta actitud a mi me recuerda al miedo o incluso terror que tenían los católicos de leer textos protestantes durante el siglo XVI, pues podían corromper las puritanas mentes de los fieles. ¿Quiere decir esto que incluso aquellos que se hacen llamar cultos temen dudar, investigar y hacerse preguntas sobre la denominada baja y media cultura? ¿No es acaso esto mismo, el no dudar, propio de integrados? Y, por otra parte, ¿qué es eso de la baja, media y alta cultura si tenemos en cuenta que el concepto de lo que es calidad es mutable y estas clasificaciones cambian constantemente para contradecirse e incluir en su saco diferentes ídolos o imágenes?

El autor comenta, lamentablemente muy por encima, la importancia de los instrumentos que escogemos para realizar la crítica cultural, pues partiendo de que la cultura es un constante suceder, y no algo estático, las herramientas para estudiarla deben actualizarse para evitar forcejeos y, así pues, que la teoría no acabe resultando una imposición sobre la práctica, que en definitiva es donde está enraizada y se desarrolla la cultura y por lo tanto ha de ser nuestro principal referente. La práctica cultural es la verdadera protagonista, no la teoría, porque sino perdemos de vista el torbellino que es la realidad.

En este libro no se abandona nunca la definición de cultura como algo con diferentes calidades y/o valores en el sentido de precio inmaterial. El concepto que se maneja, a pesar de que no se defina claramente, parece llevar consigo una categoría de prestigio o calidad intrínseco no discutida, pero hablar de alta y baja cultura puede ser muy peligroso si nos estamos refiriendo a discursos centrales (de poder) y discursos marginales en lugar de a obras de mayor, menor o nula calidad según unos criterios en ningún caso absolutos, y desde luego muy discutibles, como se hace en esta obra. Se discute pues qué tiene valor y porqué pero no que la cultura tenga valor o debamos adorarla. Pero claro, la cultura no es solo “obras” en el sentido más artístico e ilustrado, sino también herramientas mentales para hacer crítica, reflexionar sobre la condición humana o hacer caer ídolos y quizás imponer algunos nuevos. En ese sentido, no se debe confundir la cultura popular con la cultura de masas, pues la cultura popular (todo tipo de tradiciones pero también por ejemplo los graffiti) a pesar de tener también esta etiqueta de ser “baja”, a menudo tiene un carácter subversivo-crítico, cuando nace “desde abajo” para cuestionar “lo de arriba” que se encarga de crear esa etiqueta, es decir, cuando es cultura des del pueblo y no para el pueblo (como la televisión o los best sellers), frente a discursos de poder que intentan imponer un canon de cultura absolutamente descontextualizado de las prácticas culturales y tildado de universal y referencial (como el ARTE). La postura del apocalíptico puede convertirse fácilmente en un discurso central que se intente presentar sin fisuras frente a los discursos de los márgenes, marginales, que intentan visibilizar esas fisuras. La voluntad de Umberto Eco es la de no crear un canon y problematizar los extremos, un verdadero mérito.

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